Este año el festival repasará el legado de dos pioneras del documental en América Latina, además de la artista experimental Ana Mendieta, muerta trágicamente en 1985. A esto se suma una exhibición especial por los cincuenta años de Tres Tristes Tigres, de Raúl Ruiz y una revisión del aporte de los cineastas valdivianos al cortometraje a lo largo de 25 años, entre otras actividades.
Ana Mendieta nació en Cuba y al poco tiempo de consolidarse la Revolución, cuando tenía doce años, su familia se trasladó a Estados Unidos y se instaló en Iowa. Allí desarrolló su inclinación por las artes visuales, especialmente en el body art y la performance, a través de las cuales indagó fuertemente en las raíces latinoamericanas y en la cultura de las Antillas. En esa búsqueda estableció una relación con el cine como formato que la llevó a construir una obra fílmica aparte constituida por casi un centenar de brevísimas piezas, muchas de ellas realizadas a mediados de los setenta y en las que expandió sus intereses multiculturales y expresivos en donde la muerte, la sangre, el cuerpo y el rol de la mujer en América Latina cobraron igual protagonismo.
Su trágica muerte en 1985 al caer de la ventana de su departamento en Nueva York luego de una discusión con su pareja -el artista visual Carl Andre- pareció prolongar la urgencia de sus reflexiones estéticas truncadas prematuramente y amplificadas luego de que la justicia tipificara el caso como suicidio, liberando de toda responsabilidad a Andre.
Hasta hoy la figura de Ana Mendieta es un ícono de la lucha en contra de la violencia de género y algunas de sus obras audiovisuales se exhibirán en el marco de los homenajes que FICValdivia ha programado para sus 25 años.
Pioneras latinoamericanas
Junto a Ana Mendieta, el festival ha programado un reconocimiento a dos directoras que han levantado con contornos pioneros una filmografía a contracorriente en América Latina. Una de ellas es la colombiana Marta Rodríguez, formada en Francia con el padre del cine etnográfico Jean Rouch (Yo, un negro) y que al retornar a su país realiza en 1972, junto con su pareja Jorge Silva y luego de seis años de investigación, el mediometraje documental Chircales, que registra el entorno cotidiano de una familia dedicada a la fabricación de ladrillos en la periferia sur de Bogotá.
El filme describe las durísimas y precarias condiciones de trabajo del matrimonio Castañeda y de sus doce hijos, los barriales que conforman su vida diaria y la situación de explotación situada en el origen de ese estado de cosas como una prolongación de las condiciones de subordinación individual que se extendió desde el campo a la ciudad.
Chircales fue premiada en el Festival de Documentales de Leipzig y su recepción internacional permitió a sus directores proseguir su trabajo de indagación en distintas formas de explotación que siguió con Planas: testimonio de un etnocidio (1973) -sobre la masacre indígena en la región de Villada-, y que se extendió hasta la muerte de Silva en 1989. Rodríguez rodará más tarde, en solitario, Nunca Más (2001) su último trabajo hasta la fecha.
También el documental fue el territorio de la venezolana Margot Benacerraf. Nacida en Caracas en 1922 realizó estudios de cine en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (IDEHC) en París e inició a comienzo de los años cincuenta un trabajo pionero en su país que se concretó en los filmes Reverón (1952) y Araya (1958), ambos realizados en medio de la inestabilidad política del país durante esa década, tensionada por la dictadura de Pérez Jiménez.
Reverón se inscribe en el formato del documental biográfico y revisa la trayectoria del artista plástico Armando Reverón (1889-1954), precursor del arte conceptual en su país. Narrado en inglés, es una aproximación a ratos surrealista del proceso creativo del pintor, a quien el filme examina en su entorno mientras ejecuta un autorretrato, el mismo que sirve a la directora para empalmar con el relato biográfico.
A pesar del formato anclado en una narración en off expositiva y directa (como era la característica del género en esos años), lo más atractivo del filme es la libertad que Benacerraf le da a la cámara para enfatizar o contradecir con violentos movimientos la parsimonia del relato hablado o para indagar íntimamente en los detalles pictóricos de su obra.
Reverón es un punto clave en el desarrollo del cine venezolano que situará a su directora como una de las pioneras de la cinematografía de su país, disciplina que ayudó a cimentar no sólo con el ejemplo de su notable obra, sino además con la fundación en 1966 de la Cinemateca Nacional de Venezuela -gracias al apoyo de Henri Langlois-, de la que fue su directora por tres años.
La niñez según Lamorisse
FICValdivia también dedicará su sección de homenajes al francés Albert Lamorisse (1922-1970), uno de los mayores innovadores del cine infantil y a quien el cine le debe, entre otras, dos pequeñas y perfectas piezas: Crin blanca (1953) y El globo rojo (1956). Ambos mediometrajes abordan el mundo de infancia y de la adolescencia a partir de vínculos de amistad teñidos por un tono de fábula. La primera es la adaptación de un popular relato de René Paul Guillot que cuenta la historia de un chico que encuentra a un bello caballo salvaje blanco que ha escapado del rancho donde se encontraba recluido. Entre ambos se establece una relación de protección y confianza, en tanto el muchacho es capaz de domar al animal y establecer una situación de igualdad.
El globo rojo ahonda en esos aspectos a partir de la amistad entre un niño (Pascal, hijo del realizador) y un gran globo con el que además puede comunicarse y establecer lazos recíprocos. Así como Crin blanca destacaba el paisaje natural de la región de Camarga en el sur de Francia, aquí es el entorno urbano de París el que sirve de fondo para contar una historia que se asoma en el mundo infantil no sin cierta dureza.
Lamorisse cuenta su historia sin recurrir a ningún tipo de diálogos ni a trucajes visuales y por esos atributos, entre otros, la cinta fue alabada en su momento por el crítico y teórico André Bazin. Crin blanca y El globo rojo fueron premiadas en su momento con la Palma de Oro al Mejor Cortometraje en el Festival de Cine de Cannes y, a la postre, brillaron más que los largometrajes que director realizó a lo largo del resto de su carrera.
Cumbre del cine chileno
1968 fue el año en que se estrenaron algunos de los más míticos filmes del cine chileno. Uno de ellos fue Tres Tristes Tigres, el trabajo más célebre de Raúl Ruiz y una de las cumbres de la historia del cine nacional. El filme, inspirado en la obra de teatro de Alejandro Sieveking, es un estudio mordaz de la constitución social chilena a partir del encuentro entre tres personajes: un empleado que viene llegando a Santiago para entregar unos documentos al dueño de un negocio de automóviles, su hermana bailarina de cabaret y un profesor. El propósito inicial de su protagonista se dilata entre juergas y tomateras hasta el violento encuentro entre el empleado y el patrón.
Con esa premisa, Ruiz elabora un filme de intensa profundidad sociológica que traza una mirada nada complaciente con las capas medias y que se estructura a partir del deambular azaroso y circular de sus protagonistas a través del centro de Santiago y los bares de calle Bandera. A partir de esos elementos, el director profundiza en su observación del habla popular y llena el relato de absurdos y sin sentidos lingüísticos.
El filme se estrenó en el segundo Festival Internacional de Cine de Viña del Mar, en noviembre de 1968, y al año siguiente conseguiría el Leopardo de Oro en el Festival de Cine de Locarno. La copia que se exhibirá en el FICValdivia es la copia restaurada en 2016 por la Cineteca Nacional que mejoró la imagen y el sonido del formato original.
La sección Homenajes incluirá también un foco a tres clásicos del cine artes marciales de Hong Kong que incluye El espadachín manco (1967), de Chang Cheh; Cinco dedos mortales (1972), de Jeon Chang-Hwa; y El puño de la serpiente (1978), de Yuen Woo-Ping, uno de los grandes éxitos de Jackie Chan.
El último de los homenajes será un foco de 16 películas para conmemorar 25 años de cortometraje valdiviano. La muestra incluye trabajos realizados entre 1982 y 2007. Las películas incluidas son las siguientes:
o Historia de un suicidio, de Mario Osses. 1982. 10’
o Escenas para una exposición, de Víctor Ruiz. 1986. 17’
o Lustrando calles, de Ricardo Espinoza. 1986. 5’
o Riberas urbanas, de Jorge Zepeda. 1988. 10’
o Catalejo I y II, de Jorge Garrido. 1995-1996. 4’
o Sobarzo pega fuerte, de Cynthia White. 1999. 18’.
o La ville sur la Mer du Sud, de Margarita Poseck. 2002. 4’.
o No me gané el fondart y filosofía barata, de Daniel Benavides. 2002. 12’
o La recompensa de Dios, de Adrian Silva. 2002. 18’.
o Espectros, de Iñaki Moulian. 2003. 20’
o Señores pasajeros, de Juan Parra. 2005. 8’.
o Culpa, de Roberto de la Parra. 2006. 7’.
o Lobos de la feria fluvial, de Ilán Stehberg. 2007. 20’.
o Mareas, de Margarita Poseck. 2007. 9’
o Misisipi, de Rodrigo Jara, Marcela Castro, Carlos Vargas y Pablo Schalscha. 2007. 16’.
o Ya listos al attake, de José Miguel Matamala. 2007. 10’.