A sala llena, la directora argentina presentó su ópera prima ¡Que vivan los crotos! en 35mm. El resto de su interesante obra se podrá ver durante la semana en el certamen cinematográfico que se extenderá hasta el domingo 16.
El 2020 fue un año difícil para los eventos cinematográficos. En plena pandemia, el Festival Internacional de Cine de Valdivia le dedicó un foco a la cineasta argentina Ana Poliak, uno de los mayores secretos del cine latinoamericano. La virtualidad permitió la transmisión de sus películas pero quedó pendiente el contacto directo con el público.
Ahora, en esta edición número 29, cuando las restricciones sanitarias se han levantado, FICValdivia quiso saldar la deuda con la gran directora y la ha invitado a presentar su obra en 35 mm. Se trata de un lujo fílmico para los admiradores de sus tres largometrajes: ¡Que vivan los crotos!, La fe del volcán y Parapalos. Es que Poliak es un secreto a voces, una cineasta única cuyas películas encontraron problemas para ser estrenadas en su momento. Directora, guionista, montajista, ayudanta de directores consagrados como Fernando “Pino” Solanas, su nombre como realizadora fue omitido dentro de los grandes del cine contemporáneo.
Lágrimas y fantasmas
El encuentro de Ana Poliak con la audiencia del FICValdivia comenzó ayer en la sala Félix Martínez de la Universidad Austral con la proyección de ¡Que vivan los crotos!, su primer largometraje. Todas las butacas estaban ocupadas y el sonido del proyector de 35mm aportaba el irresistible encanto del celuloide. “Así es como la película debe verse para apreciar el trabajo de quienes trabajaron en ella”, comentó la cineasta a modo de introducción.
Estrenada en 1995, ¡Que vivan los crotos! mezcla el ejercicio documental con la recreación de escenas en torno a los recuerdos de José Américo Bepo Ghezzi (1912-1999), interesante linyera (vagabundo) anarquista que recorrió Argentina caminando, subiéndose a los trenes, viviendo bajo puentes y relacionándose con otros interesantes personajes nómades que encontró en el camino. Hasta que se instaló en la localidad de Gardey, donde la película registra sus testimonios. Es un film de silencios, evocaciones, recuerdos, fantasmas. Una exploración por la memoria. Una ópera prima que emocionó a Ana Poliak después de su proyección.
“La mayoría de la gente de la película ya no está”, dijo la directora con la voz quebrada y lágrimas en los ojos frente a una audiencia emocionada. Entonces comenzó a rememorar el proceso de la película. “Nunca hubo un guion. Tenía notas e ideas. Yo trabajé con Solanas en El exilio de Gardel y Sur y él tenía un sistema que era fantástico. Todavía no existía el ordenador. El tenia un folio transparente que se anilla y el ponía en cada folio transparente una especie de ficha de cada secuencia que imaginaba y luego las podía cambiar de lugar. Dentro de cada secuencia iba poniendo cosas. Yo me dije ´qué bueno es esto` y comencé a usar fotos, cosas que me parecían que correspondían con cada escena. Ese fue mi guion durante el rodaje”.
Poliak cuenta que filmó toda la película con la idea original de mezclar las vivencias de Bepo con un personaje imaginario inventado por él. “Si quería conservar esa idea se armaba un aparato que, cuando aparecían los testimonios de esta gente tan especial, la estructura mataba la humanidad de esos personajes. Estuve cuatro meses trabajando en el montaje y descarté el plan original”, confesó. Años después, encontró la forma definitiva de un largometraje sensible y especial que cautivó al público del festival. “Esta película significa muchísimo para mí. Gracias por estar acá”, le confesó una espectadora.
El Foco dedicado a Ana Poliak continúa mañana con Parapalos. Los tres largometrajes de la directora argentina se seguirán exhibiendo en el festival durante la semana.