EL CINE COMO ENSAYO VISUAL Y POLÍTICO

RAÚL CAMARGO

El desarrollo del cine latinoamericano siempre estuvo ligado al desarrollo de las grandes potencias de la región: Argentina, México y Brasil constituían los grandes centros de nuestra precaria industria fílmica. Pero mientras dichos países buscaban generar un modelo que emulase al norteamericano, una serie de realizadores intentaban impulsar un cine caracterizado por un fuerte compromiso social y alto sentido estético. Esa síntesis fue el gran aporte del nuevo cine latinoamericano que surgió en los años cincuenta y sesenta. Sin embargo, a la hora de citar a quienes se ubicaban a la vanguardia de dichos movimientos, siempre se llega a los mismos nombres, a los mismos hombres. Es por eso que creemos que es fundamental relevar el aporte que hicieron dos mujeres de países vecinos, países que muchas veces se enfrentaron entre sí y que carecían de una tradición cinematográfica. Colombia y Venezuela no solo comparten frontera sino que, además, adolecían de grandes referentes cinematográficos hasta la irrupción de dos mujeres que, desde el cine documental, dejaron una huella imposible de borrar.

Margot Benacerraf destaca por su alto sentido plástico, plasmado en su sorprendente primera película cuyo foco de atención es el pintor Armando Reverón. La obra fue aclamada en todo el mundo que no cabía en su sorpresa al ver este pequeño ensayo poético sobre la creación realizado por una cineasta desconocida de un país inexistente a nivel cinematográfico. Película de atmosferas, claroscuros y detalles, Reverón (1951-1952) le abrió las puertas a la debutante cineasta para realizar su primer largometraje, el cual terminaría siendo considerado uno de los mejores documentales de todos los tiempos tanto por su sentido visual como por su fuerte mensaje político contra la explotación: Araya, exhibido en FICValdivia 2012.

Marta Rodríguez también sorprendió y estremeció con su ópera prima, que dará inicio a una filmografía ligada al cine etnográfico y a la denuncia de la explotación. Chircales (1966-1971) es un ensayo social y, a la vez, una película documental que permitió generar un marco sobre cómo hacer cine en un país azotado por la violencia. Y ese marco es simplemente convivir con quienes se retrata, integrarse y ser uno más en vez de crear distancia y/o caer en el aprovechamiento cinematográfico de personas que, justamente, viven permanentemente en condiciones de sometimiento. Se trata de forjar sentido de comunidad en lugar de sentido individual.

Ambas cineastas, con herramientas distintas, generaron obras fundamentales en la historia del cine latinoamericano, estableciendo una línea de trabajo desde el documental donde lo estético y lo político convergen para buscar una reflexión social que, hasta el día de hoy, sigue siendo necesaria en un continente como el nuestro: la unión hace la fuerza.