Nicolás Videla

En el 2011 fue la primera vez que me desplacé al Festival de Cine de Valdivia, siendo aún estudiante de cine. En esa oportunidad vi dos películas (Girimunho y O Céu Sobre os Ombros) cuyos tratamientos de la intimidad y sus éticas de representación documental influenciaron prematuramente mi trabajo micropolítico audiovisual, afectando en la realización de mi primera película (Naomi Campbel, 2013) la cual estrené dos años más tarde en el mismo certamen. El festival no solo tiene la capacidad de movilizarnos de forma física, sino que también es capaz de movilizar nuestros pensamientos. Tres años después volvería al mismo lugar a presentar por primera vez mi segunda película, El Diablo es Magnífico (2016). La geografía del sur y la calidez del festival han constituido un espacio seguro para dar a luz estas obras. No soy en absoluto nacionalista, pero me interesa que los discursos e imágenes se compartan primero con les más cercanes. En nuestro país existe urgencia por atender a un grupo de nuestra población que ha sufrido una violencia estructural desde la colonización. Me refiero a las identidades no binarias que han sido condenadas a la marginalidad, con todo el daño que eso ha significado históricamente. El cine, entonces, es una importante herramienta de memoria sobre todo para les que no hemos sido representades en ningún tipo de soporte por el régimen normativo y el Festival de Valdivia es una pieza clave por su mirada transversal de realidades y problemáticas actuales. Valdivia ha marcado en mí un tiempo ritual y el eterno retorno será inevitable.